UDF
Pensamíento Crítico
ISSN 23958162 I www.pensamientocriticoudf.com.mx

Acciones de protesta: permanencias y transformaciones. comentarios en torno a la teoría de Sidney Tarrow

Protest actions: permanence and transformation. comments about sidney tarrow theory

Carlos Alberto Alvarez de la Rosa 1

Universidad Autónoma Metropolitana - Unidad Iztapalapa

Resumen

Se trata de un trabajo fundamentalmente teórico, en el cual se describirá una serie de puntos centrales de la biografía intelectual del autor para, posteriormente, tomar dos conceptos relevantes de su producción académica: ciclo de protesta y modularidad. El propósito del trabajo no es crear un glosario de términos del autor, sino efectuar una revisión crítica articulada con ejemplos que ilustren la propuesta, además de problematizarla. Los ejemplos no siguen una ruta cronológica ni geográfica lineal, pero están orientados a Latinoamérica y, particularmente, a México.

Palabras clave: movimientos sociales, ciclos de protesta, modularidad.

Abstract

This is a fundamentally theoretical work, in which a number of central points of the intellectual biography of the author to then take two important concepts of their academic production will be described: cycle of protest and modularity. The purpose of the work is not to create a glossary of terms the author but make a critical review articulated with examples that illustrate the proposal, in addition to problematize. The examples do not follow a linear chronological or geographic route but are oriented to Latin America and particularly to Mexico.

Key words: social movements, cycles of protest, modularity.

1 Director de Praxis S. C. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Breve nota metodológica

Comenzaré este breve ensayo con dos prácticas –una escritural y otra metodológica- en desuso dentro de la ortodoxa sociológica contemporánea: la primera consiste en escribir desde la primera persona del singular, es decir, desde el “yo” (ese sujeto impropio para la neutralidad de la investigación social). La segunda práctica consistirá, en tomar como punto de partida, elementos de la vida del teórico para articular el presente trabajo.

Ambas decisiones parten de una postura epistemológica central; como han escrito las feministas de distintas corrientes (u “olas” para usar la metáfora común), lo personal es político, por lo tanto se debe aceptar en la investigación la subjetividad, visibilizarse como sujeto con perspectiva parcial, “situarse” diría Sandra Harding (2004). Pero también resulta fundamental “situar” a los autores más allá de sus perspectivas epistemológicas para encontrar en ellos compromisos políticos y círculos de pensamiento, producción y circulación a los que pertenece. Thomas Kuhn (1971) en La estructura de las revoluciones científicas glosa entorno a que “la producción intelectual siempre está marcada por procesos sociales amplios y marcos institucionales dentro de los que los investigadores, en tanto sujetos dentro de la sociedad, están insertos y se desenvuelven” (p. 324).

Anotaciones sobre la biografía intelectual y política de Sidney Tarrow

En este apartado no pretendo hacer una biografía del autor, sino destacar algunos elementos de su biografía política e intelectual que pueden servir para comprender de manera más fiel la parte de su producción que aquí interesa retomar, es decir, su propuesta conceptual de los “repertorios de confrontación modulares” que parte de la noción de Charles Tilly (1991).

En los años sesenta -Plena Guerra Fría- Sidney Tarrow (entonces recién egresado del Ph.D. en Berkeley) comenzó a escribir sus primeros trabajos de importancia en los que se centró en el estudio del Comunismo en Italia y posteriormente en Francia. Desde los setenta se interesó cada vez más en los procesos de insubordinación y protesta social ( véase Tarrow, 1992), en particular en la manera en que se entretejen en ellos largos procesos macroestructurales con aprendizajes microsociales. Para conformar su teoría de los ciclos hizo estudios de caso en los que articuló el uso de herramientas cualitativas y cuantitativas de investigación.   A finales de los noventa se avocó al estudio de los movimientos de protestas en el marco de la globalización o el “activismo transnacional” (véase Tarrow, 2005). En estos trabajos es sumamente cauteloso con la noción simplista de mundo global destacando que las protestas que pueden parecer globales o sincrónicas en realidad surgen de profundos conflictos locales y aprendizajes culturales no transferibles a otros movimientos de protesta emanados de realidades distantes y distintas. El trabajo de “El poder en movimiento” (publicado en español en 1998) es un producto intermedio entre su primera obra ligada a los ciclos de protesta y sus recientes preocupaciones en torno a lo global y el activismo. Publicado justo en los primeros años de la “resaca” postsoviética, este libro busca entender los procesos de aprendizajes sociales que hacen posible la acción colectiva y el surgimiento de movimientos nacionales, para esto recurre al pensamiento de otros autores y a la revisión cuidadosa de relevantes casos históricos de los que logra extraer elementos para conformar su propuesta teórica.

Su análisis privilegia los procesos locales y los aprendizajes largos de las distintas culturas y aunque reconoce que en ocasiones se producen acelerados intercambios de prácticas de confrontación a nivel regional o incluso global, desconfía de las explicaciones “globalizantes” de fenómenos locales o simultáneos. En una entrevista realizada a finales de 2011, hecha a propósito de los movimientos y protestas surgidas en el mundo árabe, España, Estados Unidos y Chile en 2011, Tarrow enunció una de las premisas centrales de su trabajo reciente: “No soy un fiel creyente de las tesis de la globalización. No creo que todo lo que pasa en el mundo esté conectado.” (Maldonado & Masullo, 2011: párrafo 5), para él lo que sí existe son repercusiones de crisis macroeconómicas que se expresan de maneras diferenciadas en distintas latitudes; ahí se entrelazan con problemáticas locales como puede ser la pérdida de calidad de vida, el descontento social ante regímenes autoritarios o la privatización de servicios esenciales como la salud o la educación.

Tal como anotaba Pierre Bourdieu (1999) a finales de los noventa, para Tarrow el punto de atención no era lo “mutable” o los “acelerados cambios” de las sociedades (fenómenos que acapararon el interés de los investigadores sociales a finales de los noventa), sino los procesos lentos de las estructuras sociales que pueden o no generar estos cambios aparentemente novedosos. Este cuidado metodológico (e incluso podría decirse epistemológico) es relevante para comprender la manera en que los fenómenos sociales del presente están anclados en procesos socioculturales largos, pero también puede tener consecuencias de índole político; cómo es posible observar a lo largo de su producción y a través de sus entrevistas resulta obvio que para Tarrow los movimientos sociales tienen surgimientos, picos y decaídas cuya consecuencia suele ser el perfeccionamiento de sistemas democráticos occidentales y capitalistas que son imperfectos, en ocasiones perversos, pero siempre pueden mejorarse. Pareciera que para el autor, existe una línea teleológica (desde las barricadas del París del siglo XIX hasta los Occupy Wallstreet del siglo XXI) tensada por periodos de protesta cuyas consecuencias positivas son el mejoramiento de las democracias liberales de occidente. Parecería, desde esta perspectiva, que la única posibilidad real de transformación social sería “domar”, “corregir” o “ampliar” a las democracias liberales occidentales: ¿qué pasaría –tanto en términos analíticos como políticos- si en lugar de oponer el desorden a la democracia, se pensara como consecuencia necesaria que sustenta la estructura funcional de este tipo de régimen político?, ¿qué pasa si se piensa, no desde la democracia liberal norteamericana, sino desde otras posibilidades de práctica política radical?

Más allá de estas reservas, las propuestas analíticas de Tarrow pueden resultar fundamentales para entender las dinámicas y explicar los fracasos de distintas estrategias de protesta activadas en los últimos años por distintos grupos sociales. Para pensar, por ejemplo, la serie de estrategias de resistencia y acción política realizadas por distintos grupos sociales en las elecciones presidenciales de México en 2006 y 2012. Parece pertinente recurrir a dos herramientas conceptuales propuestas por el profesor emérito, para entender las diversas protestas que han sucedido en el país y en la región a lo largo de los últimos años. Por eso es fundamental conocer de manera amplia dos conceptos centrales del autor: “ciclos de protesta” y “modularidad”. En el siguiente apartado daré una definición de estos conceptos articulándolos con ejemplos concretos con la intensión de contribuir a la discusión de sus teorías aplicadas a procesos sociales claramente distinguibles.  

“Ciclos de protesta” y “modularidad”: definiciones ilustradas

Quizá el concepto más conocido y aplicado de la amplia producción intelectual de Sidney Tarrow es el de “ciclos de protesta”, esto quizá debido a lo amplio de su definición y a la posibilidad de ser aplicado a realidades múltiples e incluso, áreas de investigación distintas a la sociología y al estudio de los movimientos sociales. La idea de “ciclos” aplicados a las sociedades ha sido planteada por distintos autores (algunos de manera mucho más positivista que otros), sin embargo con Tarrow da un giro particular al concebirlos menos como procesos mecánicos encadenados de manera repetitiva que cómo largos procesos multidimensionales con numerosas crestas y valles.

Para el autor, los ciclos de protesta son grandes procesos sociales en los que una parte más o menos importante de la población se suma a una o varias causas en común durante un periodo de tiempo largo que suele oscilar los treinta años. Estos ciclos se caracterizan por ser periodos en los que las confrontaciones se vuelven más intensas entre grupos antagónicos, además, las causas de los movilizados convocan a otros grupos sociales que previamente no participaban. En estos ciclos los enfrentamientos y demostraciones públicas se multiplican aceleradamente, así como la creatividad de los propios manifestantes: se configuran nuevas estrategias de protesta o se recuperan prácticas que parecían olvidadas. Es decir, se activa el sedimento de batallas pasadas al tiempo que se crea nuevo sedimento para luchas futuras, ampliando el repertorio de estrategias de acción, las organizaciones se multiplican e innovan, se trastocan los imaginarios colectivos y en algún momento se produce la sensación (la mayoría de las veces sobredimensionada) de que la mayoría de la población es participe de la protesta. Los orígenes de estos ciclos varían según el caso pero en ellos se suelen articular problemáticas económicas, políticas y culturales en un momento en que un grupo de la población considera posible cambiar la situación a través de la acción, se trata de movimientos masivos que buscan transformaciones más o menos amplias pero no generales, son distintos de las revoluciones porque éstas “traspasan sociedades enteras, los ciclos de protesta tiene un efecto más o menos diferenciado y mediado sobre los diferentes grupos de población” (Tarrow, 1992: 57).

Los ciclos de protesta suelen tener varios picos en los que la movilización y la acción se masifican y en ocasiones, estos pueden estar intercalados con amplios periodos de relativa tranquilidad y desmovilización que no implican la pérdida de aprendizajes ni el fin del descontento social. Pensemos por ejemplo en el caso de las movilizaciones estudiantiles chilenas. Advertidas al calor del clima global de protestas parecen surgir por una especie de ambiente de rebelión global, sin embargo, para quien conoce la historia de las movilizaciones y las organizaciones de ese país austral, resulta evidente que son resultado de largos procesos en los que se alternan crestas y valles de movilización mantenida más allá de los cambios generacionales.

Con la instauración de la dictadura militar en 1973 se llevó a cabo también un proceso intenso y acelerado de privatización de los servicios públicos más básicos como la educación y la salud, este proceso fue legitimado en la constitución de 1982 que rige actualmente al país. La privatización de la educación en Chile hizo que pocos pudieran acceder a ella y que en muchos casos las familias recurrieran al sobre endeudamiento para lograr costearla, esto ha generado un malestar en gran parte de la población a lo largo de las últimas décadas: se trata de una demanda largamente peleada pero no ganada. En el plano de la organización, las federaciones estudiantiles en Chile han tenido tradicionalmente una estructura sólida y relevancia social, incluso durante la dictadura mantuvieron su existencia y ya desde los años noventa (durante el inicio del periodo concertacionista) comenzaron a protestar en las calles por la gratuidad de la educación. Estas protestas se han mantenido a lo largo de los años (articulando a estudiantes secundarios con universitarios), sin embargo sólo recientemente han tenido un eco internacional, en parte por su masividad y en parte porque han madurado sus formas de organización.

Así, como sostiene Tarrow este ciclo de protesta ha atravesado por múltiples valles y crestas sin que esto implique una borradura de los aprendizajes acumulados a lo largo de décadas, por el contrario éstos se han sedimentado: incluso en las recientes movilizaciones (las primeras que enfrentan a un presidente de derecha desde el fin de la dictadura) ha vuelto a aparecer la figura de Salvador Allende y los ideales planteados por el programa de gobierno de la Unidad Popular en 1970; lo que Tarrow denomina sedimentación también puede ser entendido como memoria colectiva si la definimos no cómo una serie de medidas de conmemoración cívica, sino una práctica que actualiza lo recordado, o para decirlo con Judith Butler (1997), como performatividad.

Tras intentar definir las características del surgimiento y crecimiento de los ciclos, el autor se centra en los motivos por los que decrecen y finalmente desaparecen. Es común que cuando la violencia se incrementa (ya sea por parte de los manifestantes o por los grupos antagonistas) mucha gente salga del movimiento:

La mayor parte de la gente que se ha comprometido en un movimiento durante la excitación del periodo de protesta de masas, es mucho menos propensa a querer permanecer comprometida en él cuando las formas de acción se vuelven más extremas y violentas (Tarrow, 1992:70).

Esto explica por qué algunas movilizaciones sociales con poca institucionalización de sus prácticas no resiste los embates de los primeros actos de represión masiva: pensemos, por ejemplo, en el movimiento estudiantil #yosoy132 tras el operativo policial implementado el primero de diciembre de 2012 tras el cual las marchas dejaron de ser multitudinarias. Sin embargo no siempre la violencia genera desmovilización, pensemos ahora en Oaxaca durante 2006: tras los actos de represión contra los profesores de la Sección 22 del Sindicato de Maestros, la organización se fortaleció y las estrategias de la resistencia aumentaron también su escalada de violencia llegando incluso a la instalación de barricadas y a la fabricación de armas de fuego caseras. Entonces si no es debido al temor ante la violencia ¿por qué decaen otros movimientos?, Tarrow (1992) afirma que en ocasiones:

“...algunos simplemente quedan exhaustos de la vida en las calles y se hartan de las constantes huelgas y de la retórica inflamada; otros se desencantan con los conflictos faccionales e ideológicos que se desarrollan dentro de sus movimientos; en otros casos también las organizaciones buscan identidades institucionales y se vuelven grupos de interés” (p.72).

La disolución de los ciclos de protesta suele traer tres tipos de consecuencias:

1) Reforma: Se solucionan, total o parcialmente las exigencias del grupo movilizado. Esto en ocasiones no soluciona las demandas pero logra calmar la confrontación llevándola a un diálogo más institucionalizado, es decir lo que comienza en las calles termina entrando a la lógica de la política formal imperante. Un proceso de este tipo quizá puede verse en el caso de las protestas surgidas en Julio de 2013 en Lima Perú (identificadas con los hashtags #J22 y #tomalacalle) en las que se atacaba la corrupción en el Parlamento local. El movimiento rápidamente se hizo masivo y también fue reprimido, sin embargo su disolución se debió fundamentalmente a que parte de las corruptelas que generaron el escándalo fueron corregidas. Quizá la rápida acción represiva y reformista del gobierno encabezado por Ollanta Humala (de familia militar) se debió a la preocupación existente en la élite política del Perú ante el posible resurgimiento de la violencia política pues se ha detectado la aparición de grupos de izquierda radical, incluida la parcial rearticulación del Sendero Luminoso, esta vez ya sin el liderazgo de él llamado “Presidente Gonzalo”.

2) Represión. En ocasiones los gobiernos federales o autoridades locales frenan las protestas a través del terror y la represión sistemática, a esto Tarrow le llama “involución autoritaria”. Si la represión es lo suficientemente contundente y la organización, recursos y redes sociales de quienes protestan es débil suele ser una manera muy efectiva de terminar, al menos momentáneamente, con la movilización social, aunque a la larga puede traer efectos contrarios. Como ejemplo podemos pensar en la rebelión Húngara de 1956 (que aunque en la historiografía local postsoviética es conocida como la “revolución húngara” estaría más cercana a los ciclos de protesta, según la propuesta del autor) la cual luchaba por liberarse de la ocupación soviética y fue sangrientamente aplastada por el ejército rojo a sólo un mes de su surgimiento. Hungría se mantuvo bajo dominio soviético hasta su caída en 1991.

3) La Revolución. En ocasiones cuando buena parte de la población no sólo se ha unido a las protestas sino que ha aprendido a organizarse y a construir estrategias de largo plazo con objetivos de cambios profundos se pasa del ciclo de protestas a la revolución, la cual tiene un alcance nacional y masivo. Es común que las revoluciones comiencen como una serie protestas que se hacen cada vez más intensas, vale pensar en el caso de la revolución mexicana: las huelgas de Cananea, de Río Blanco (Veracruz) y la ferrocarrilera ponían en jaque al régimen porfirista a nivel local y por intereses particulares, sin embargo marcaban el inicio de un proceso de alzamientos cada vez más masivos y armados que culminaría con la revolución.

Independientemente de cuál sea el destino del ciclo de protesta, siempre queda un “sedimento”, un aprendizaje colectivo que aumenta el “repertorio de confrontación” de los pueblos, se trata de un conocimiento compartido que permanece en la memoria social, a pesar de que la gente se desmovilice. ¿Por qué las estrategias de manifestación parecen tan similares en todo el mundo pero, vistas de cerca, tienen particularidades evidentes? Por este tipo de aprendizajes sociales: las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina produjeron un tipo de protesta en la que la ocupación del espacio público fue mucho más estética y cargada de símbolos, de ahí la creatividad de las protestas sociales que van desde los skraches hasta el carnaval de protesta. En Chile los murales colaborativos en los que se plasma la crítica social beben de las legendarias Brigadas Muralistas de los años setenta, en México el movimiento estudiantil de 1968 sigue nutriendo de imaginarios y consignas a las protestas estudiantiles desde las acciones del CEU (Comité Estudiantil Universitario) en los ochenta, hasta las multitudinarias marchas del #132, pasando por la huelga universitaria encabezada por el CGH (Comité General de Huelga) en 1999.

Modularidad

En trabajos más recientes Tarrow se preocupa más por los mecanismos a través de los cuales se hace posible la articulación de distintas acciones de protesta para la creación de movimientos sociales. Lo primero que es necesario distinguir para comprender la visión de Tarrow al respecto es la diferencia entre movimiento social y acción colectiva; para Tarrow (1997) los movimientos sociales son fenómenos mucho más amplios que las acciones colectivas. Se trata de “interacciones mantenidas entre los interlocutores sociales agraviados, de una parte, y sus oponentes y las autoridades públicas, de otra” (p. 69). Estos movimientos surgen cuando se dan las condiciones políticas para la irrupción de grupos sociales marginados de la escena política y en su base están conectados por redes sociales más o menos amplias y por símbolos culturales compartidos. La acción colectiva es sólo la práctica activa más visible de dichos movimientos, es decir, es parte constitutiva de ellos pero éstos no se agotan en ella.

Existen distintos tipos de acciones colectivas, entre los que destacan las “acciones de contención” que pueden ser definidas como acciones de resistencia ante un poder mayor, o las prácticas más o menos espontáneas que surgen a raíz de muertes consideradas injustas por la población “La muerte tiene el poder de desencadenar emociones violentas y de unir a gente que tiene poco en común salvo su dolor” (Tarrow, 1997:78), en ocasiones la acción colectiva se limita a la solidaridad multitudinaria en los funerales y otros actos de homenaje a los muertos, como sucedió en los masivos funerales del anarquista Buenaventura Durruti en la España de la guerra civil. En otros casos la muerte sí se transforma en un detonador de movimientos sociales, en este caso es inevitable remitirse a una realidad más cercana y por tanto más doliente; el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia en 2011 conmocionó a una parte de la sociedad que se organizó en un movimiento que, aunque no es masivo, si cobró relevancia nacional.

Cada sociedad, e incluso cada grupo social, posee distintos “repertorios de confrontación” (Tarrow, 1997:65) los cuales, según Charles Tilly (1991) son los medios que dispone un grupo para plantear exigencias a otros grupos o individuos. Se trata de estrategias que los grupos sociales saben hacer y que los otros esperan que hagan; entre los repertorios más conocidos actualmente podríamos mencionar las marchas en las calles, las huelgas y los paros, sin embargo a pesar de ser parte de los repertorios globales de confrontación, estás tienen particularidades locales determinadas por los aprendizajes culturales de cada población. Estos repertorios cambian con el tiempo pero a una velocidad “glacial”, los antiguos repertorios en ocasiones van perdiendo fuerza y sentido para nuevas generaciones. Es común que dejen de tener eficacia pues son acciones que “ya esperan” los grupos antagonistas. Hay repertorios (de hecho la mayoría de ellos) demasiado segmentarios que no cobran sentido para otros sectores de la población, esto puede evitar la articulación de distintos grupos sociales en un movimiento nacional: basta pensar en la idea de “huelga general”, si bien desde el ideario de la izquierda (tanto marxista como ciertas corrientes anarcosindicalistas) puede ser una herramienta central, que en sociedades como la mexicana contemporánea, no ha tenido influencia.

En gran medida la preocupación de Tarrow, es entender cómo estos repertorios se renuevan y cobran sentido para sectores más amplios de la población en la construcción de los movimientos sociales. Para el autor la clave de la creación de movimientos sociales (en sociedades ya inconformes o afectadas) está en la producción de nuevas acciones que tengan significado para distintos grupos sociales y que además logren superar el momento de efervescencia para construir procesos de larga duración. A esta innovación de los repertorios Tarrow le llama “modularidad” la cual es definida como “la capacidad de una forma de acción colectiva para ser utilizada por una variedad de agentes sociales contra una gama de objetivos, ya sea por sí misma o en combinación con otras formas” (1997: 69).

Los repertorios modulares son más abiertos que los tradicionales y logran articular causas distintas; son flexibles por lo tanto pueden ser usados para distintas luchas de manera efectiva. La aparición de estos repertorios modulares no implica la desaparición de los repertorios tradicionales sino que suelen funcionar de manera simultánea y en ocasiones coordinada: en 2011, en España se dieron acampadas, huelgas generales y marchas por causas similares: jóvenes profesionistas y familias enteras acampaban en la Plaza del Sol por los problemas hipotecarios y el desempleo, mientras que los mineros de Asturias resistían contra el cierre de su fuente de trabajo y los mineros de León, Castilla y Aragón en una “marcha negra” llegaron a Madrid, dónde se encontraron con los indignados. Parecían luchas distintas pero todas se reconocían mutuamente.

En momentos de efervescencia las nuevas estrategias se expanden aceleradamente a lo largo de países, regiones e incluso a nivel global, sin embargo esto no quiere decir que simplemente puedan ser trasplantadas a distintos movimientos y contextos sociales, pues su funcionamiento depende de cierto aprendizaje social y de pautas culturales concretas.

A raíz del Occupy Wall Street y de la acampada de “Los indignados” se intentó aplicar este innovador modelo de resistencia (en realidad recuperado de postulados anarquistas) a otros contextos. En México a raíz de las elecciones presidenciales de 2012 y de los múltiples problemas que enfrenta el país (desde el monopolio mediático hasta la violencia del crimen organizado) se intentó aplicar las acampadas convocando a través de las redes sociales. Hubo cuatro convocatorias: una para ocupar la Bolsa Mexicana de Valores, otra convocada en plaza Coyoacán, una más en el Monumento a la Revolución y por último una muy fallida en el Zócalo. Ninguna de estas convocatorias tuvo un éxito y apenas llegaron unas decenas de jóvenes que pronto se retiraron: se trataba de un repertorio sobre el que la sociedad mexicana tiene poco conocimiento y tradición, no está hecho para estos problemas ni para esta sociedad: su fracaso incluso tiene que ver con la convocatoria pues no es lo mismo convocar a través de redes sociales como Twitter o Facebook en un país del primer mundo que en México en el que el acceso a la banda ancha es limitado, deficiente y costoso.

En México parecen funcionar otras estrategias más largamente maduradas, más discretas pero mucho más radicales: en este país que aún es ampliamente rural y está azotado por el crimen organizado que hace un abuso de los cuerpos sin precedentes en la historia local (Reyes, 2011), han surgido organizaciones incomprensibles para otros países de la región: las autodefensas armadas. Contrario a lo que opina Edgardo Buscaglia (2014) no todas estas organizaciones pueden ser definidas como paramilitares o brazos armados del narcotráfico (o empresarial). Buena parte de las autodefensas y policías comunitarias han surgido en Guerrero y Michoacán, zonas con larga historia de organización campesina armada, cuyos aprendizajes seguramente se han sedimentado en las poblaciones. Para quien conoce la historia de los movimientos armados del país es obvio que las guerrillas no desaparecieron en los últimos años, algunas debido a su perspectiva de “guerra popular prolongada” se encuentran en fase de poca visibilidad mientras que otras cambiaron su estructura y sus funciones. Sin tener información alguna, vale preguntarse ¿dónde está el EPR ahora? (los comunicados publicados por el CEDEMA nos dan algunas pistas).

Comentario final

Ciertas corrientes del pensamiento crítico alemán contemporáneo (pienso en Hartmut Rosa, 2011) sostienen que una característica de la modernidad poco estudiada es el proceso de “aceleración social” des-sincronizada. Según esta teoría en nuestras sociedades todo se va acelerando desde el ritmo de vida, incluso hasta los flujos económicos. Esto se puede pensar incluso para los movimientos sociales.

Gran parte de los movimientos sociales surgidos en la última década se han desarrollado de manera “acelerada” y “multiplicado” a nivel global. Sin embargo, han desaparecido de la misma manera (acelerada). La pregunta que cabría hacerse a partir de esta realidad, es sobre los efectos positivos y negativos de la aceleración de estos procesos en el campo de la sedimentación de aprendizajes: pues como apunta cuidadosamente Tarrow, los movimientos que realmente tienen el potencial de transformar radicalmente las cosas necesitan irse madurando a “fuego lento” en las sociedades, algo que implica la asimilación cultural pero también –y esto podría complementar la visión de Sidney- los afectos, pues los movimientos sociales además de políticos y culturales contienen una fuerte carga afectiva, y como sabemos los afectos colectivos también son procesos de cimentación prolongados, que producen también redes de solidaridad y apoyo; probablemente la “revolución molecular” deberá ser también afectiva y esto se opone necesariamente a la aceleración.

Referencias

Bourdieu, P. (1999). Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal. Barcelona: Anagrama.

Buscaglia, E. (3 de abril de 2014). Autodefensas del DF, llamado de atención a las autoridades. La Jornada. Recuperado de: http://www.jornada.unam.mx/2014/04/03/capital/037n1cap

Butler, J. (1997). Actos performátivos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista. Debate feminist, 9 (18), 296-314.

Harding, S. (2004). The feminist Standpoint theory reader. Intellectual & political controversies. New York: Routledge.

 Kuhn, T. (1971) La estructura de las revoluciones científicas. México: FCE.

Maldonado, J. C. & Masullo, J. (13 de diciembre 2011). Entrevista con Sidney Tarrow: Obama se aprovecha de los indignados. El espectador. Recuperado de: http://www.elespectador.com/impreso/internacional/articulo-316449-obama-se-aprovecha-de-los-indignados

Reyes, R. (2011). La vida no vale nada: Violencia, imagen y cuerpo en la 'Guerra contra el narcotráfico´ en México. Sociedad y Equidad. 1, 1-8.

Rosa, H. (2011). Aceleración social: Consecuencias éticas y políticas de una sociedad de alta velocidad desincronizada. Persona y Sociedad 25(1), 9-49.

Tarrow, S. (1992). Los ciclos de protesta. En L. Moscoso, & J. Babiano (Comps) Ciclos en Política y en Economía (pp. 53-75). Madrid: Editorial Pablo Iglesias.

Tarrow, S. (1997). El poder en movimiento. Movimientos sociales, acción colectiva y política. Madrid: Alianza.

Tarrow, S. (1998). El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política. Argentina: Alianza.

Tarrow, S. (2005). The New Transnational Activism. New York: Cambridge UniversityPrees

Tilly, C. (1991). Grandes Estructuras, Procesos Amplios, Comparaciones Enormes. Madrid: Alianza.

 

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Vigencia y relevancia de la teoría crítica

Validity and relevance of critical theory

Víctor Hugo Sánchez Cerón1

Tecnológico de Estudios Superiores de Chimalhuacán

Resumen

Este ensayo presenta un breve análisis acerca del concepto de ciencia. Se toman como punto de partida la denominada teoría crítica y razón instrumental, presentes en la obra del filósofo alemán Max Horkheimer. Por otra parte, se exponen razones por las que algunas de las categorías tratadas por la Escuela de Frankfurt resultan vigentes para comprender y formular reflexiones críticas acerca de los procesos tecnológicos globalizantes y las consecuencias derivadas de este fenómeno.

Palabras clave: Filosofía, ciencia, teoría crítica, teoría tradicional, razón instrumental.

Abstract

This paper presents a brief analysis of the concept of science. As a starting point there are taken the so-called Critical Theory and Instrumental Reason, present in the work of German philosopher Max Horkheimer. Moreover, reasons are given of why some of the examined categories of the Frankfurt School are valid in order to understand and formulate critical reflexions on globalizing technological processes and the consequences that derive from this phenomenon.

Key words: Philosophy, science, critical theory, traditional theory, instrumental reason.

1 Maestro en Ciencias en Sociología Rural por la Universidad Autónoma Chapingo. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Las huellas no son sólo lo que queda cuando algo ha desaparecido, sino que también pueden ser las marcas de un proyecto, de algo que va a revelarse.

John Berger.

Introducción

Es complicado vivir en un país como México en el que pocas personas leen. Esto es fácil de comprobar cuando en alguna conversación o debate –sobre todo cuando se pretende hablar de política- tratas de argumentar desde la literatura o la filosofía. Será suficiente señalar al lector como un utópico o predicador ridículo para que su opinión sea descalificada y quede sepultada.

Es innegable que el pensamiento crítico de la mayoría de los individuos no se ha desarrollado al mismo ritmo que la tecnología. Es tan común que nuestros razonamientos críticos sean tan pobres, que hoy a nadie le sorprende la verborrea que se practica a través de las redes sociales, la televisión o la radio. Un amplio número de los habitantes de este país prefieren consumir largas horas frente a una máquina leyendo mensajes que en su mayoría carecen de importancia, antes que intentar leer una novela o un libro de filosofía. También prefieren soportar el bombardeo de la propaganda política y el mercadeo de banalidades con tal de evitar sentirse solos y pensar por sí mismos.

Desafortunadamente, la televisión sigue siendo el medio educador de los jóvenes, y con sus pésimas programaciones corrompe el lenguaje y fustiga la reflexión, contribuyendo al dislate en el que estamos envueltos.

En su obra, Crítica de la Razón Instrumental, Max Horkheimer (2007) escribió que la filosofía podía contribuir a evitar que la marcha de la humanidad se tornara desprovista de sentido. Sin embargo, la pretensión del filósofo alemán, se vuelve complicada en una sociedad en la que muchos son reacios a lectura y donde los encargados de la educación pugnan por la desaparición de la filosofía.

Lo anterior no significa que debamos entregarnos al pesimismo y renunciar a la posibilidad de una vida orientada por la reflexión filosófica. No se trata de inventar el hilo negro, pues existen teorías sólidas, las cuales podrían arrojar un poco de luz si se profundiza en su lectura y se realiza una interpretación adecuada. En este sentido, la Teoría Crítica podría funcionar hoy en día como una brújula, pues la mayoría de sus postulados dan cuenta de los problemas que padecemos y también ofrece soluciones.

Para el desarrollo de este trabajo, se ha considerado pertinente formular el siguiente cuestionamiento: ¿qué filosofía tiene sentido ante la repugnante presencia de los hechos que nos alejan de la virtud humana? Para esbozar una respuesta, el texto se apoya, sobre todo, en los conceptos de teoría crítica y razón instrumental, tratados en el trabajo del filósofo Max Horkheimer, y con la intención de nutrir el análisis, se acude, brevemente, a algunas ideas del filósofo Herbert Marcuse.

Desarrollo y discusión teórica-conceptual

Analizar algún fenómeno ya sea natural o social, implica realizar un trabajo serio y meticuloso para evitar caer en la charlatanería, la demagogia y la mentira. En este sentido, la epistemología representa un elemento desde el cual auxiliarse al abordar el problema del conocimiento. En el texto, Epistemología y ciencias sociales y humanas, Roberto Miguélez, expone que “epistemología” significa, literalmente, discurso (logos) sobre la ciencia (episteme). Y advierte: como se sabe también, el concepto de epistemología no se refiere, sin embargo, siempre al mismo objeto: a veces el término epistemología designa una teoría general del conocimiento, a veces una teoría regional del conocimiento, a saber una teoría del conocimiento científico (Miguelez, 1977).

La anterior definición, permite aclarar que la reflexión que más adelante se presenta sobre el concepto de teoría tiene una base argumentativa sólida en algunos de los filósofos de la Escuela de Frankfurt; lo cual permite al análisis el contraste con el término doxa, la cual está más cercana a la opinión, y puede emitirse sin la necesidad de profundizar teóricamente sobre algún tema.

La Escuela de Frankfurt, de la cual deriva la Teoría Crítica, es una de las más influyentes en el pensamiento contemporáneo. Aunque por otro lado, también ha sido cuestionada ampliamente. Por este motivo, es necesario comprender la postura que sustenta y nutre parte de su contenido analítico.

Desde la interpretación de Gustavo Leyva, Max Horkheimer al asumir la dirección del Institut für Sozialforschung, en su discurso inaugural, sienta las bases de lo que sería la visión y postura de la Teoría Crítica. Así, se señala que la filosofía social tiene que ocuparse de fenómenos que pueden ser comprendidos solamente en el marco de la vida social del hombre: del Estado, derecho, economía, religión. En palabras simples, el individuo sólo puede entenderse desde todo su acaecer y complejidad en la vida misma, esto es, en la vida social. En términos hegelianos desde el análisis del individuo a través de la introspección, hacia la reflexión del sujeto y de estructuras de intersubjetividad que remiten por principio al trabajo de la historia. Así interpretada, la filosofía no puede ser un conglomerado de categorías que se suministra desde el exterior a los datos empíricos y que estaría por ello sustraída a la historia. Contrario a esto, el planteamiento de Horkheimer argumenta que la filosofía debe encontrarse “suficientemente abierta al mundo para dejarse impresionar y transformarse a sí misma por el curso de los estudios concretos” (Leyva, 1999:66).

En el apartado titulado Teoría Tradicional y Teoría Crítica, de su obra Teoría Crítica, Horkheimer (2003), comienza planteando la pregunta por aquello en lo que consistiría el sentido del término teoría. Según el filósofo alemán “teoría equivale a un conjunto de proposiciones acerca de un campo de objetos y esas proposiciones están de tal modo relacionadas unas con otras, que de algunas de ellas pueden deducirse las restantes” (2003:223). Es en este mismo sentido que el filósofo señala cómo en las reflexiones más avanzadas en torno a la lógica, como las realizadas por Edmund Husserl, se designa a la teoría como el “sistema cerrado de proposiciones de una ciencia. Teoría, en su exacto sentido, es un encadenamiento sistemático de proposiciones bajo la forma de una deducción sistemáticamente unitaria” (Horkheimer, 2003:224-225). Según Horkheimer, en el marco de una comprensión semejante, mientras más reducido sea el número de los principios supremos en relación con aquellos que se relacionan con ellos como sus consecuencias, la teoría en cuestión podrá ser considerada más o menos completa, según el caso. La validez de la teoría, así entendida, dependerá de la concordancia de las proposiciones derivadas con acontecimientos reales (Leyva, 1999). Este es el concepto que Horkheimer denomina tradicional de la teoría, pues exhibe una tendencia que apunta a un sistema de signos puramente matemáticos, en cuyas proposiciones y principios aparecerían cada vez con mayor recurrencia símbolos matemáticos en lugar de nombres de objetos experimentales. (Horkheimer, 2003)

A partir de la delimitación del concepto de teoría tradicional en base al ideal de ciencia, de sus métodos y de sus formas de objetivación y validación, Horkheimer trata de establecer la relación entre ciencia y sociedad en base al descubrimiento de los intereses concretos impulsores de la ciencia. Estos intereses, característicos de una determinada orientación del quehacer científico, no deben confundirse con los intereses cognoscitivos de la humanidad como totalidad genérica, por lo que resulta necesaria una teoría que asuma estos intereses y se oriente a la superación de las actitudes ideológicas a través de la reflexión crítica sobre la actividad teórica (Sánchez, 1998).

Horkheimer analiza de qué manera la práctica misma de la ciencia no puede ser explicada a partir de la lógica interna de la teoría, sino que debe incorporar –según Leyva- la reflexión sobre los fundamentos de la praxis social. Lo que importa enfatizar aquí es que la teoría crítica es una teoría que se articula y reflexiona sobre su relación esencial con el tiempo.

La crítica expuesta por la Escuela de Frankfurt en este planteamiento, no está basada desde la óptica kantiana, sino desde la crítica de la economía política, es decir, desde la visión de Marx y, por ende, la crítica a la ideología como relación de negatividad y desmembramiento.

Para Horkheimer (2003), la teoría crítica no se orientará tanto al aumento del saber per se sino a la emancipación del hombre de las relaciones que lo esclavizan. La teoría crítica plantea restablecer los vínculos indisolubles que enlazan a la razón con la crítica y la emancipación. Es una teoría, que sobre todo, apela al interés por la supresión de la injusticia social.

Desde la óptica de Rolf Wiggershaus, cuando se mencionan “Escuela de Fráncfort” y “teoría crítica” nos viene a la mente algo más que la idea de un paradigma de las ciencias sociales, pensamos también en una serie de nombres, antes que nada los de Adorno, Horkheimer, Marcuse y Habermas y se nos despiertan asociaciones del tipo: movimiento estudiantil, disputa con el positivismo, crítica de la cultura, y quizá también emigración, Tercer Reich, judíos, la República de Weimar, marxismo, psicoanálisis. De inmediato queda claro que se trata de algo más que solamente una corriente teórica, algo más que una parte de la historia de las ciencias sociales (Wiggershaus, 2009).

Es evidente que a varios años de distancia, los problemas que ocuparon la atención de los teóricos de la Escuela de Frankfurt, no sólo están vigentes sino que han crecido. Hay un sin número de ejemplos: la depredación de la naturaleza, la explotación de los más pobres, el consumismo voraz y salvaje, el crecimiento tecnológico en detrimento del medio ambiente y del ser humano, etc. No se necesita ser un experto para añadir más problemas a la lista. Sin embargo, las soluciones a dichos problemas no se aprecian a primera vista, pues la densa y oscura nube que eclipsa la razón, nos obliga a un repensar el mundo.

En su obra ¿Podremos vivir juntos?, Alain Touraine (2008), teórico de la escuela accionalista, la cual deriva de la teoría crítica; expone que sólo vivimos juntos en la medida en que hacemos los mismos gestos y utilizamos los mismos objetos, pero sin ser capaces de comunicarnos entre nosotros más allá del intercambio de los signos de la modernidad. Y así es, vivimos juntos, pero no compartimos más allá de bienes de consumo, medios de comunicación, tecnología o flujos financieros. ¿Qué clase de sociedad es esta? Una sociedad que se rige vía la razón instrumental.

Cuando Horkheimer habla de la razón instrumental, hace referencia a la razón que niega su propia condición absoluta de razón con en un sentido estricto, y abandona su autonomía convirtiéndose en mero instrumento para la realización de un fin. Así pues, la razón instrumental, minimiza la acción pensante del hombre, ya que posee una fundamentación con principios de carácter pragmático y positivista (Horkheimer, 2007).

Probablemente, nunca nos hemos situado más alejados de la concepción de la razón en su sentido estricto que hoy. La razón, entendida en cuanto logos o ratio se refería siempre esencialmente al sujeto, a su facultad de pensar. Sólo hay que hacer una pausa al caminar por la calle y levantar la vista, para darse cuenta de que hemos perdido el rumbo, y asentir con la cabeza ante las afirmaciones de Horkheimer. “Sócrates tenía por cierto que la razón, entendida como comprensión universal, debía determinar las convicciones y regular las relaciones entre los hombres y entre el hombre y la naturaleza” (Horkheimer, 2007:21). Todo indica que las reflexiones de los griegos, tampoco han sido tomadas en serio por un mundo en el que se privilegia la tecnología por encima de la razón y la reflexión filosófica.

Si la tecnología que nace de la especulación científica ha desarrollado todo tipo de instrumentos electrónicos sofisticados (ordenadores, teléfonos, automóviles, etcétera) y los ha puesto en manos de una considerable cantidad de personas, ¿por qué no ha sucedido lo mismo con los bienes producidos a consecuencia de una larga labor e investigación ética llevada a cabo desde muchos siglos atrás por filósofos o especialistas en el tema? ¿Por qué los hombres no pueden conseguirse una conciencia civil tan sencillamente como consiguen un teléfono? Que las tarjetas de crédito estén más a la mano que la prudencia cívica dibuja bien el contorno de nuestra época. Tal vez es que sólo unos cuantos pueden ser receptores de los bienes éticos (Fadanelli, 2012).

El argumento anterior, muestra que la ética no es una cuestión que encarne en un amplio número de personas, como sería deseable. Sin embargo, aunque los simpatizantes de la razón instrumental y el consumismo se han empeñado en relegar la ética, no lo han logrado en su totalidad. Todavía existen personas y grupos que ejercen la ética como elemento fundamental de la vida, por ejemplo, algunos escritores, periodistas, académicos y estudiantes. Pero sobre todo, podemos encontrar un ejemplo de gran valor en las comunidades indígenas de México, las cuales, a lo largo de la historia han construido movimientos sociales que se enfrentan al empeño de las empresas trasnacionales por despojarlas de su territorio y explotar indiscrimidamente los recursos naturales que poseen.

E.M. Cioran escribió que:

Los seres humanos no han comprendido todavía que la época de los entusiasmos superficiales está superada y que un grito de desesperación es mucho más revelador que la argucia más sutil, que una lagrima tiene un origen más profundo que una sonrisa(2010:44).

Pues bien, ¿no son los pueblos indígenas los que desde el olvido y la distancia siempre resurgen para darle sentido a un país sombrío? ¿No son ellos los que durante tanto tiempo han padecido el dolor del hambre, y a pesar de eso resisten, ¿no son ellos, los que una y otra vez han gritado para dibujar el horizonte por el que debemos caminar? Es complicado asimilar cómo es que las máquinas suministran falsos placeres y sonrisas hipócritas a los individuos mientras que, en rincones apartados, algunos resisten y dan la cara a un mundo y un país que pretende humillarlos y desaparecerlos.

Las ideas se toman varios siglos para desplazarse un centímetro, es decir, que todavía estamos lejos de darle un cauce adecuado a cuestiones fundamentales como la democracia, la economía o el poder. Lo desafortunado es que casi siempre sean los mismos los que tengan que resistir y enfrentar en condiciones adversas el uso inadecuado del poder. Sólo conozco un tipo de golpe de viento –escribió Horkheimer- que puede abrir ampliamente las ventanas de las casas: el sufrimiento común. La cuestión es cuánto sufrimiento más debemos presenciar para que puedan abrirse las ventanas de esas casas.

La indignación que decimos sentir al ver en la miseria a los pueblos indígenas del país no nos compromete a nada. Los generosos aplausos que otorgamos a los campesinos cuando se rebelan sólo nos ponen del lado de los buenos, pero tampoco nos comprometen. Nos conformamos con saber que en algún lugar alguien está dando la lucha, y que nosotros “hacemos lo que podemos”. De qué sirve reconocer a las minorías, a los oprimidos, a los desprotegidos si no hay redistribución para ellos.

En el Hombre Unidimensional, Herbert Marcuse, expresó:

“...que los hechos que dan validez a la teoría crítica de esta sociedad y su fatal desenvolvimiento están perfectamente presentes: la irracionalidad creciente de la totalidad, la necesidad de expansión agresiva, la constante amenaza de guerra, la explotación intensificada, la deshumanización.” (2008:281).

Y es que a pesar de que han transcurrido varios años desde que nació la teoría crítica, la mayoría de la sociedad no se ha apartado de una visión unidimensionalmente constituida, que sólo genera decadencia y destrucción. Para Hoyo:

“...es necesario que la teoría y la filosofía críticas y radicales encarnen en las clases revolucionarias; es necesario que el pensamiento crítico y científico se materialicen en las transformación revolucionaria de la sociedad, es necesario que la razón histórica de las masas de apodere de la razón filosófica y teórica para derrotar el irracionalismo teórico de la sociología y la filosofía burguesas” ((1982:25).

A esto conviene agregar la reflexión de Horkheimer, acerca de que la verdadera función social de la filosofía reside en la crítica de lo establecido.

Conclusiones

Resulta paradójico que cuando más se necesita de la filosofía, parece que a pocos les importa. Cuando más evidente es el estado de desasosiego de la sociedad, se ignora a los filósofos. Cuando más se requiere pensar y reflexionar profundamente acerca de los problemas sociales que afectan a los hombres, se excluye a los pensadores. No es fortuito que en varios países del mundo, incluso, en los denominados de primer mundo, se esté proponiendo desaparecer los cursos de ética y filosofía.

Ahora bien, retomemos la pregunta que se planteó al principio de este trabajo: ¿Qué filosofía tiene sentido ante la repugnante presencia de los hechos que nos alejan de la virtud humana? Podría responderse que la filosofía y la teoría crítica pueden funcionar como un faro que alumbre el camino de aquellos que se rebelan ante un mundo que los oprime. Cuando algunos integrantes de la Escuela de Frankfurt, tuvieron que exiliarse de su natal Alemania, y tener noticias de una guerra desde otro país, pensaron que después de esos acontecimientos atroces, ninguna filosofía o arte podía servir como alternativa para remediar a la humanidad. Actualmente, las condiciones en el mundo no son diferentes, presenciamos pobreza, muerte, injusticias y violencia. Los fundadores de la teoría crítica tenían una visión pesimista del futuro, y no se equivocaron; pero, al menos, nos dejaron un legado teórico del cual podemos auxiliarnos.

Referencias

Cioran, E. M. (2010). En las cimas de la desesperación. México: Tusquets Editores.

Fadanelli, G. (2012). Insolencia. Literatura y mundo. México: Editorial Almadía. .

Horkheimer, M. (2007). Crítica de la razón instrumental. Argentina: Terramar Ediciones.

Horkheimer, M. (2003). Teoría Crítica. Argentina: Amorrortu Editores.

Hoyo, J. F. (octubre, 1982). Metodología, ontología, teoría y praxis en las corrientes sociológicas. Ponencia presentada en el V Congreso Mundial de Sociología. Universidad Autónoma de México, Ciudad de México.

Leyva, G. (1999). Max Horkheimer y los orígenes de la teoría crítica. Sociológica, 14(40). 65-87.

Marcuse, H. (2008). El Hombre Unidimensional. España: Editorial Ariel.

Miguélez, R. (1977). Epistemología y ciencias sociales y humanas. México: UNAM.

Sánchez, D. (1998). Teoría, Teoría Crítica. En R. Reyes (ed). Terminología Científico Social, Aproximación Crítica, pp. 821-826 Barcelona: Anthropos.

Touraine, A. (2008). ¿Podremos vivir juntos? México: Fondo de Cultura Económica.

Wiggershaus, R. (2009). La Escuela de Fráncfort. México: Fondo de Cultura Económica.

 

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